Debajo de la mesa del salón hay un plástico con forma de pajita. Sí, es la “funda” de una pajita de un zumo pequeño. Sí, lo es. Y está ahí, desafiante en el suelo del salón. Y ahí seguirá... porque me niego a recogerlo. No es mío. Si se me hubiera caído, aunque sólo fuera por miedo a quedar como una cerda, lo hubiera tirado a la basura.
Es jueves... desde el lunes igual ya se ha quedado pegado permanentemente al suelo.
Anoche sucedió algo realmente extraño: descubrí que la tele nos convierte en zombies. Ocurrió mientras yo hablaba por teléfono con mi novio. Yo estaba en la cocina y la conversación era algo muy simple:
- Pues había pensado ponerme unas croquetitas que tengo en el congelador. No sabía que me quedaban aún desde la última vez que compré, pero esta tarde vi una bolsita abierta... – Blah, blah, blah. El caso, que pensaba que me quedaban unas putas croquetas. Seguí hablando con él mientras sacaba la sartén, calentaba la placa, echaba el aceite... y saqué la dichosa bolsita para darme cuenta de que no eran croquetas, que era una extraña comida de Yeni congelada. Me eché a reír, miré a Yeni, - que estaba acomodada en el sofá y perpleja ante la tele – y se lo dije. Ella siguió impasible, atenta a física y química. Pensé que me había visto intentar cocinar sus lo que fueran y que estaba enfadada, así que insistí: Fíjate qué cabeza, que a punto he estado de ponerme tus... estas cosas. Y entonces me di cuenta: no estaba enfadada, ni siquiera se había dado cuenta de que había sacado aquello del congelador. Estaba, literalmente, poseída por la tele.
Guardé la bolsa y empecé a hacerme otra cosa, mientras seguía al teléfono... Y, de repente, escucho un grito: Yeni. Qué ocurre, le pregunto, “una hormiga enorme”, me responde. Coge el insecticida y lo vacía casi sobre el pobre animal. Bueno, reconozco que era grande: las típica hormiga atómica voladora, pero algo inofensivo después de todo. Pues bien, después de vacíar el insecticida sobre ella, la pisó e inmediatamente cogió la fregona para limpiar el charcazo de compuesto químico utilizado para matar insectos. Sí, he dicho fregona.
Terminé de prepararme la cena y me la llevé al cuarto para seguir hablando con mi chico tranquilamente. Después de un buen rato, salí de nuevo al salón para colgar el teléfono y vi que en el suelo había una cosita negra moviéndose tristemente. Sí, era la maldita hormiga que, a parte de seguir viva, seguía ahí: en el lugar del crimen. Como si la hubiera matado en el monte, de donde ella –la Yeni, como la hormiga- proviene, la dejó ahí. Vamos, el no va más... Es que ya no sólo se la sopla que las pelusas se aferren como locas a las patas del sofá, no. Tal vez sienta aversión por la escoba. Tal vez en su tribu las cosas han de permanecer en el lugar exacto donde perecieron. Tanto las migas de pan, como los pelos, las pelusas y las hormigas que entran en casa sin contrato laboral.
Cogí la escoba e hice lo de siempre: lo que ella no. Recogí a ese pobre engendro agonizante y lo tiré a la basura. Yeni salió en ese momento de su habitación y, para colmo, me dijo:
“Ya me dijeron que en este tiempo aparecen hormigas... y lo próximo son las cucarachas.”